viernes, 3 de octubre de 2014

Me he mudado

Me he mudado a WordPress y he trasladado todos los contenidos de este blog. Si quieres seguir leyendo mis entradas, por favor dirígete a http://www.normadra.com, que es el que actualizaré a partir de ahora.





¡Gracias!

jueves, 23 de enero de 2014

2013: el año de la literatura en las redes sociales

Lo llaman el año de los "selfies", pero yo creo que fue el año de la literatura: el año en el que mis amigos escritores entraron a Facebook a promocionar sus libros. El oficio de escritor implica con frecuencia largas temporadas de aislamiento. Ya nos advertía Patricio Pron, en su blog, de la insensatez que significa creer que un escritor es algo más que alguien que escribe libros.

Ciudad_en_la_noche
Conectados en la distancia con la comunidad de origen.

Como tengo mis raíces allá lejos por el sur y los afectos andan desparramados por el mundo, las redes sociales –los foros- han sido una bendición. Viajeros, curiosos, estudiantes, buscadores de fortuna o diplomáticos. Vemos que emigrantes de cualquier casta o condición, se hagan o no del sitio al que llegan, abrazan cada nueva tecnología con convicción para mantener el vínculo con su comunidad de origen.

En el plano profesional, ya en la década de los ‘90 y antes de que en España oyéramos hablar de Internet, te podías suscribir a las listas de distribución de rediris que gestionaba Fundesco. Eran comunidades temáticas muy específicas integradas por investigadores y universitarios. Después, en 1998, llegaron los foros de discusión como los del Centro Virtual Cervantes, entre ellos el foro de la lengua, al que acudíamos a resolver dudas antes de que existiese la Fundéu. Con la llegada del nuevo milenio, por fin, comenzó la popularización de Internet.

Puestos a ofrecer una clasificación, diría que 1995-2000 para mí fueron años de descubrimiento: la posibilidad de conectar con personas de intereses similares, de mantenerme al día sobre los avances en información y comunicación y de poder aplicarlos en la empresa, ya que las experiencias se compartían, paso a paso.

2001-2005 fueron indudablemente los años de la familia: mi hermano nos abrió un foro, aprendimos a subir fotos y vimos crecer a una nueva generación de primos y sobrinos en la seguridad de una comunidad privada. Descubrimos que la comunicación por escrito es parca aunque la acompañes de emoticonos y que las frases escritas tienen la dudosa cualidad de repiquetear en la cabeza, aunque recurras al teléfono y te expliques, pidas disculpa, matices. Mas tarde llegaron las redes generalistas, pero para entonces ya disponíamos cada uno de un máster en comunidades y ordenadores y de a poco la conversación se trasladó a Facebook.

Llegan las bitácoras

Tras los foros llegaron las bitácoras (los blogs). En otoño de 2005, Sara Cantó llegó a la tertulia literaria y nos propuso comenzar un proyecto conjunto, para crecer. Almudena Montero estaba siendo un fenómeno editorial con “Mi vida perra. Diario de una treintañera cualquiera”, la publicación de su blog en formato libro por editorial Aguilar y todo parecía posible. Alimentar un blog entre varios es relativamente sencillo y nos mantendría en contacto entre cita y cita, cada mes. Además, nuestra actividad quedaría reflejada y nos permitía darnos a conocer al mundo. Regresé a casa y abrí elbarandal, el blog de la Tertulia, que mantuvimos activo durante cinco años. En 2010, por fin, abrí mi propio blog, más como estrategia de agrupar textos, herramientas y fuentes de información que como una propuesta clara de difusión de imagen personal.

El boom de las redes sociales

CiudadesConectadas
Las redes sociales invadieron el campo empresarial.
Paralelamente en Estados Unidos las redes sociales invadían el campo empresarial. Un buen día descubro que mis compañeros de Telefónica no solo están en Facebook sino que se conectan desde la oficina y nadie les dice nada, porque le están buscando rendimiento. Desde la universidad, Antonio Rodríguez de las Heras me envía una invitación a Twitter,“una red de microblogging para contar en muy pocas palabras a tus amigos lo que haces en cada momento”. A quién le puede interesar eso, pienso, todo el día conectado, aunque la pruebo y sólo le encuentro utilidad cuando mis colegas ingenieros me la instalan en el móvil y nos lanzamos a tuitear conferencias, quedamos para comer a través de los checkins en Foursquare y sorteamos la dispersión interna de la compañía compartiendo información en Yammer. Luego, Álvarez Pallete, entonces presidente de Telefónica Latinoamérica hace un panegírico sobre el conocimiento abierto y promueve la Wiki Telefónica Latam; nuestro grupo Somos Azules recibe el Premio Cultura Bravo! para emprendedores internos y de la noche a la mañana me encuentro formando parte del equipo internacional de líderes 2.0. de la empresa.

Resumiendo, los años 2008-2010, los de las redes sociales, para mí son los años de la tecnología. Aparecieron los teléfonos inteligentes y el sistema android, estas aplicaciones recién salían de laboratorios y universidades y todo estaba por hacer.

Los años siguientes pertenecen a la teoría. A la sistematización y diferenciación de las redes: hay multitud. Generalistas, verticales, de innovación, de pago, gratuitas. Cada una tiene sus adeptos, lo que funciona en una no tiene por qué ser efectivo en las demás. Ha sido una época de búsqueda de referentes en el campo de la comunicación, de compartir ideas, experiencias y sobre todo de construcción de identidad profesional.

Pero más allá de toda estadística, 2013 para mi es el año de la literatura en las redes sociales. Es el año en el que mis amigos escritores que publicaron libros, entraron en Facebook para promocionarlos. Antes ya estábamos unos pocos, sí. Alfred Besora se había embarcado con el duque en la red, Ana Pérez Cañamares nos regalaba poemas, estaba Ignacio Fernández con Literaturas.com y Clara Obligado ya había construido el hueco para los talleres creativos, igual que Fuentetaja Literaria. Gonzalo Garrido promocionaba “Las flores de Baudelaire” en Twitter y JavierCelaya lo investigaba todo en el campo de la edición y nos mostraba el rumbo.

¿Que fue el año de los selfies? No os dejéis engañar: lo dicen porque a Obama lo pillaron haciendo más llevadero el funeral de Mandela haciéndose una autofoto con la primera ministra danesa y con David Cameron, porque los autorretratos se vienen haciendo desde que existen los móviles con cámaras. Los adolescentes juegan a sentirse interesantes y las chicas a ser más delgadas por el efecto óptico del plano inclinado.

Por mi parte y cerrando el círculo, cuando entro en Facebook vuelvo a sentirme en familia. Disfruto del microblogging enterándome de que una colega ha terminado el borrador de su novela, envío ánimos a quien se declara atascado, compartimos convocatorias. Se trata, simplemente, de una comunidad conectada. Y es que las redes sociales solo tienen sentido si las utiliza tu tribu, tu comunidad. También puedes entrar solo, ser un gurú y crearla o unirte a otras comunidades que ya existen, sí. Pero cuando de verdad le sacas rendimiento es cuando tu entorno la integra en el día a día.

Relacionado: 5 características de las comunidades digitales que funcionan

Nota: las personas y experiencias que menciono son sólo una muestra. Son muchísimas las personas con las que he compartido todo este tiempo y estoy feliz de seguir haciéndolo. Imposible mencionarlos a todos.

© imágenes: 123 RF Limited, colaboradores o asociados.

miércoles, 22 de enero de 2014

5 características de las comunidades digitales que funcionan

Las redes sociales y las comunidades digitales sólo tienen sentido cuando sus integrantes las sienten suyas y participan activamente. Aquí tienes cinco características a tener en cuenta para que una comunidad digital funcione sobre ruedas.


PersonasActivas
Preferimos las comunidades más activas, sencillas y de calidad.

  • Comunicación: teniendo en cuenta que en una conversación cara a cara, 60-70% de la comunicación corresponde a comunicación no verbal, al participar en un foro es importante cuidar el lenguaje. Desconocemos las circunstancias que rodean a quien nos lee, no todos tenemos el mismo sentido del humor y la tolerancia a las críticas varía de una persona a otra. Cada comunidad tiene sus propias normas. Es fundamental cumplirlas y si estás alterado, deja reposar tu escrito y vete a dar una vuelta antes de publicarlo.
 
    • Participación: el interés en una comunidad es fluctuante. El acceso de nuevos usuarios a las redes sociales o a una comunidad concreta sigue siempre un perfil similar: primero observa, luego rellena su perfil y comienza a participar tímidamente. Obtiene respuesta y eso lo anima. Se siente agradecido, se entusiasma y es pródigo compartiendo información y participando en los debates que se le proponen. Luego el entusiasmo decae y dosifica su esfuerzo: un usuario experimentado es selectivo y participa sólo en debates y/o grupos señalados. Cuando pasa la novedad y no encuentra motivos para participar, se marcha.
      
    • Contenidos: accedemos a las redes sociales mientras nos son útiles. Si varias redes cumplen una misma función, terminaremos decantándonos por una de ellas: la más sencilla de utilizar, la que sea más activa o la que se distinga por la calidad de las contribuciones.
      
      • Compromiso (engagement): Para mantener el interés de los usuarios en una comunidad hay que ser generoso: ofrecer lo que ellos van a buscar, no lo que nosotros queremos vender. No están allí para “conversar”, busca el motivo que los une y asegúrate de responder a esa necesidad.
         
        • Interconexión: una comunidad aislada está condenada al fracaso. Lo que nos mueve a participar en una comunidad es la afinidad con las demás personas del grupo y, como norma general, nada nos ata. Esto implica autogestión, transparencia, voluntad de sumar esfuerzos. La misma confianza que se muestra a la hora de aportar conocimiento es la que se pide para compartirlo hacia fuera de la comunidad. Además, interactuando en las redes sociales es como más provecho obtendremos, generando inteligencia colectiva. Después de todo, hace tiempo ya que la reputación se mide menos por lo que sabes que por lo que compartes.

        © imagen: 123 RF Limited, colaboradores o asociados.

        domingo, 27 de octubre de 2013

        La emigración de cada uno



        Hoy tengo nublada la sonrisa,
        país de nube, país de tiza.
        Piero

        La búsqueda de mejores condiciones de vida ha empujado a la humanidad a desplazarse de continente en continente, poblando la tierra tal como hoy la conocemos. Es un fenómeno globalizado, social e individual que afecta tanto a la economía como a la cultura y la salud. La comunicación y la franqueza son fundamentales para mantener la salud física y psíquica de las personas y de las sociedades en las que ocurre y para proteger de sus efectos a las generaciones siguientes. Y puedo hablar en primera persona, porque emigré por primera vez a los diez años.

        Con mi abuelo Juan Dragoevich y mi hermana Mirta en el aeropuerto de Ezeiza.

        Intento recordar, fue hace tanto tiempo. Un contenedor de madera de esos para transportar maquinaria apalancado en la sala de estar. Mi madre guardaba nuestra casa “hasta la vuelta”. Con mis hermanos pasábamos alrededor intentando salvar algún juguete. “¡No hay espacio! Deja eso ahí”. Corría el año 1971 y emigramos de Buenos Aires (Argentina) a Santiago de Chile. Los motivos, los podéis imaginar. Recuerdo ahora las carreras de mi madre. El gesto fruncido y concentrado de mi abuelo. La mirada perdida de mi abuela. Mi padre, de avanzadilla esperándonos en destino.

        Primero el tren. Lento. Todo el día viajando. Matar las horas en Mendoza en un parque infantil de esa ciudad ajena. El minibús (la combi) en el que cruzamos la cordillera de Los Andes. Imponente, alta: interminable. La combi subía una montaña y al llegar a la cumbre en vez de un final, se vislumbraba otra aún más alta. Mis hermanos pequeños llorando por el vértigo en cada curva. Y los oídos: tapados. Una familia peruana nos convidaba chicles “masticar destapa los oídos, señora”. En el sur, marzo todavía conserva el sol del verano. Pero no allí arriba, no. Hace un frío de mil demonios. No íbamos preparados para eso. Más llantos. Las niñas peruanas nos miraban en silencio. Una mano levanta su jersey para enseñar la página de periódico entre camiseta y lana. Nuevo aprendizaje: “el papel entre la ropa protege del frío”. Mi madre nos forró. Todo el material de lectura contra pecho y espalda.

        Al llegar al Cristo Redentor, a 4.200 metros sobre el nivel del mar, nos detuvimos en la frontera. No era la cumbre más alta. Esa, el Aconcagua, nos la señaló el conductor con el índice hacia la izquierda. Mi madre nos prohibió bajar por el frío. Quisimos tocar la nieve que veíamos por primera vez y nos la trajeron otros viajeros en las manos, sobre un periódico abierto (no es suave, no. Y está fría).

        Distancia. Infancia dejando atrás la inocencia. La idea de no ver nunca más a tus primos, abuelos, tíos no entra en la cabeza. Todo tu amor por la maestra de turno aflorando de golpe. Durante esos años en Chile, una vez al mes, la actividad familiar de los domingos giró en torno a una llamada telefónica: en la espera durante horas a que la operadora consiguiera establecer la comunicación internacional y hablar tres minutos con los abuelos.

        En la Grecia antigua daban a escoger a los proscritos: destierro o cicuta. Sabían que eran equiparables. Sócrates, sin ir más lejos, acusado injustamente de impiedad, se negó a vivir alejado de la polis y prefirió dejarla para siempre bebiendo del frasco amargo. Todo antes que la muerte social, antes que abandonar al grupo con el que compartía creencias y valores. Porque sabía que las claves comunes son las que proporcionan identidad. También para Edipo el peor de los castigos era el exilio: enterado de las atrocidades que él mismo había cometido, dedicó el resto de su vida a deambular de país en país, ciego y guiado por su hija.

        RosetasRejadelAscensor
        Rosetas del ascensor de mi casa en Buenos Aires.
        Para la siguiente emigración familiar, pocos años después, la lección estaba aprendida: lo emocional importa, la ropa es reemplazable. Cada uno escogimos los objetos que nos acompañarían en la nueva odisea.

        Los emigrantes europeos en América conservaron durante años la llave de sus casas. Llaves de hierro, enormes. Estas rosetas que arranqué al partir de la reja del ascensor decoraron la pared de mi cuarto en Madrid durante una buena temporada. 


        Todo esto a colación de los naufragios en Lampedusa. Uno de ellos llamó mi atención: la barcaza procedía de Siria y los emigrantes tenían alto poder adquisitivo, como tu o como yo -entiéndase, alto según cómo y comparado con quién-. Con sus móviles de última generación en el bolsillo, huyendo de la guerra. Es difícil identificarse con los negros espigados que llegan de Eritrea. Están en los huesos, descalzos, visten “raro”. Es sobrecogedor. Pero ellos están allí y yo aquí. El caso de este barco es diferente: no tienen problemas para comer todos los días, utilizan Internet, probablemente iba algún ingeniero a bordo, varios de ellos eran médicos. Y se han lanzado al mar hacinados como ganado. ¿Qué ocurre aquí? La gran mayoría se quedó en el agua a unos kilómetros del destino: la Europa que intenta mirar para otro lado mientras los niños de Lampedusa lo digieren y nos lo lanzan a la cara en forma de dibujos.

        ¿Cuán desesperado hay que estar para jugárselo todo a un cruce en barca? Comparable a los traslados de judíos hacia campos de concentración, dice un náufrago, y el juez instructor toma nota. Sin poder desplazarte hasta el retrete, cuentan, para no desequilibrar la barca. Tu dignidad olvidada en alguna milla de ese mar por el que circuló Ulises, quien se hizo atar al mástil de su barco para no flaquear ante el canto embriagador de las sirenas. Ya no quedan Nereidas protectoras de marinos en el Mediterráneo.

        Los efectos de la emigración a través de las generaciones

        "El corazón de un sobreviviente es como 
        una campana de cristal con una pequeña grieta: 
        ya no resuena”.
         Fred Wander


        Madreyabuelo-Aeropuerto
        Mi abuelo José Fraerman y mi madre, en el aeropuerto de Ezeiza.
        En ocasiones, la situación que se deja atrás es tan dolorosa que quienes la viven desean borrarla de su memoria. Yo misma he renegado de mi pasado: “no le debo nada a ese país que me trató tan mal”, decía. Me han llamado traidora, me han llamado renegada. No soy la única con sentimientos confusos: ¨Creo que hasta que te repones y encuentras el sitio se te pasan 10 años”, comenta Mario Socolovsky, argentino españolizado en Madrid. “Es que además, es traumatizante volver y saber que ya no formas parte de ese lugar”, dice otro argentino, Enrique Giovannini, emigrante “económico” durante más de 30 años.

        AbuelaCeciliaymadreDespidiendose
        Con mi abuela Cecilia Pupkin y mi madre, despidiéndose al dejar Buenos Aires.
        Hoy he hecho las paces con la historia y he recuperado mis raíces, al menos las más cercanas. Más difícil es sondear el origen de mi familia: emigrantes que abandonaron Europa empujados por el hambre a comienzos del siglo pasado. ¿Cómo es posible que ningún hijo, nieto, bisnieto de aquellos emigrantes sepa nada de la ciudad de origen de la familia? ¿Nunca se interesaron por conocer su historia? Quién sabe. Quizás la conocieron. Quizás por protegerlos se les ocultaron las respuestas. Creo que estos agricultores, ebanistas y sastres del norte de Europa decidieron olvidar y fundirse en esa tierra fértil allá al sur de las Américas. Labrarse una nueva identidad. Ocupados en ganarse el pan, quizás, ni siquiera lo pensaron.

        NormayPadreenEzeiza
        Con mi padre, en el aeropuerto de Ezeiza.
        “Partir es morir un poco” (Edmond Haracourt). “No me siento extranjero en ningún lugar” (Serrat). Tantas frases hechas en torno a la emigración y todas responden a una realidad. Cuando no te arrastra la desesperación ni te expulsan por la fuerza se trata de colocar los pro y los contras a uno y otro lado de la balanza y elegir. El poeta argentino Juan Gelman, Premio Nobel de la Paz, dice que es un transterrado. Porque después de su exilio en diferentes países, cuando pudo escoger, decidió instalarse en Ciudad de México.


        Creo que mi ciudad ya no tiene consuelo
        entre otras cosas porque me ha perdido
        o acaso sea pretexto de enamorado
        que amaneciendo lejos imagina
        sus arboledas y sus calles blancas (…).

        Mario Benedetti, Ciudad en que no existo


        El hijo de Mario y Lourdes partió para un año de Erasmus en Suecia. Lourdes me cuenta que pasaron de la satisfacción por el hijo viviendo una experiencia enriquecedora a tener que sugerirle por teléfono: “hijo, mejor no vuelvas que aquí no hay nada”. Si de verdad se emigra por elección es enriquecedor. Partir pensando que es temporal y que se puede volver en cualquier momento es un plus. Pero no os engañéis: son los menos. Y en ellos también una parte morirá un poco. Los efectos de la emigración se dejarán sentir en el mañana: a nadie le gusta reconocer que lo está pasando mal, pero lo que no se cuenta, lo que se oculta o se disfraza, regresa distorsionado. Y recuperarse lleva tiempo.

        Yo no elegí partir. A mi me partieron. En mi balanza cuenta haber conocido diferentes culturas, haber aprendido a considerar diferentes puntos de vista a la hora de pensar el mundo y coincidir con gente estupenda. Conservo amigos en cada sitio por los que he pasado. Tuve la inmensa fortuna de enterarme de que nos llamaban sudacas por el periódico. España me trató bien. La adopté. Me declaro madrileña. Y de tanto en tanto, voy de visita al pueblo.

        Vuelvo a mirar las fotos de mis abuelos. Esa es la última vez que vimos a mi abuelo Juan. Van impecables, los dos de corbata: el traje de las ocasiones especiales: bodas, trámites y entierros. ¿De verdad estaban pensando en que ya no nos verían? ¿O estaban rememorando sus propias vivencias de inmigrante en la Argentina?